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¿Ha comenzado el Fin de los Tiempos?
Muchas publicaciones de internet, de contenido aparentemente católico, tratan de esclarecer cuándo sucederán diferentes profecías del Apocalipsis, como la Gran Tribulación, que el Padre Oliveira (*) y otros conocidos videntes anuncian en sus redes y páginas para este mes de octubre (de 2023), o quienes, sin más preámbulos, advierten que estamos al comienzo del Fin de los Tiempos; pero lo cierto es que a pesar de la creciente popularidad de este fenómeno –que se cuenta por millones de visualizaciones y lecturas– la mayoría de estas afirmaciones carecen de rigor teológico.
Más bien, muchas de estas publicaciones que anuncian calamidades inminentes suelen apoyarse en bulos y sensacionalismo para captar nuestra atención, y lejos de lograr conversiones solo conducen a la ansiedad de quienes las siguen y de los propios videntes, incapaces de discernir entre las diferentes voces que les hablan; pero nada que venga verdaderamente de Dios produce ansiedad o adicción, solo paz y fortalecimiento de la fe.
Por la Biblia sabemos que mientras los apóstoles estaban con Jesús le preguntaron con insistencia si restauraría el Reino en aquel tiempo, pero Jesús zanjó la cuestión diciendo: «No os toca a vosotros conocer los tiempos ni los plazos que el Padre ha fijado en virtud de su poder soberano» (Hechos 1:1-7). Pues de hecho, «De aquel día y de aquella hora nadie sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre» (Mateo 24:36).
Ciertamente que estos tiempos que vivimos no son buenos, nos acechan muchos peligros, tales como pandemias, una nueva conflagración mundial o ideologías perversas, pero a lo largo de la historia de la humanidad han ocurrido muchas calamidades de dimensiones apocalípticas por el número ingente de víctimas.
Así es, la Peste Negra mató en el siglo XV a un tercio de la población europea, la Primera Guerra Mundial se saldó con 8 millones de muertos y en la Segunda Guerra Mundial fallecieron 60 millones de personas, una auténtica debacle y derrota de la humanidad.
Los grandes desastres naturales también han asolado la tierra y han segado innumerables vidas. Solo en lo que llevamos de año el terremoto de Turquía y Siria, las inundaciones en Brasil y Perú, el ciclón y posterior terremoto de Vanuatu, el ciclón Freddy en Malawi y Mozambique, el terremoto de Ecuador y Perú, las inundaciones en las zonas afectadas por el terremoto de Ecuador, el terremoto de Marruecos y las mortíferas inundaciones de Libia han acabado con la vida de miles de personas.
Con la guerra entre Rusia y Ucrania sin visos de acabar y este panorama desolador es comprensible recordar el pasaje de Marcos: “Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá terremotos en diversos lugares; y habrá hambres. Esto sólo es el comienzo de los dolores” (Marcos 13:8).
Sin embargo, si echamos la vista atrás, vemos que ha habido otros periodos de la historia de gran calamidad y que bien pudieron sentirse como apocalípticos. En el siglo III tuvieron lugar numerosos terremotos en el sur de Europa, que se sumaron a años de hambruna por una persistente sequía, mortíferas pandemias como la Peste de Cipriano y las invasiones de los pueblos paganos del norte.
En realidad, no hay país ni periodo de la Historia que se salve de haber sufrido lo indecible. En el terremoto de Shaanxi (China) de 1556 fallecieron 830.000 personas. En este mismo país, la devastadora inundación del río Amarillo en 1887 mató entre 900.000 y 2.000.000 personas. Otra catastrófica inundación del Río Amarillo en 1931 acabó con miles de vidas por ahogamiento y otras cientos de miles durante el año siguiente por hambre y enfermedades como el cólera, sarampión, paludismo o disentería.
Podríamos seguir haciendo un largo y cruento recorrido de las grandes catástrofes de nuestra era hasta nuestros días, desde la erupción del monte Vesubio en el año 79 a las inundaciones provocadas por el ciclón Daniel este mes de septiembre, pasando por el Terremoto de Lisboa de 1755, el Tsunami del Sudeste Asiático de 2004 o el Terremoto de Haiti de 2010.
En definitiva, son muchas las tragedias de origen natural o de la mano del hombre que se han sucedido a lo largo de la historia, pero por terribles y apocalípticos que fueran, después de cada acontecimiento la vida ha continuado.
La vida continuó incluso después del Diluvio Universal y después de muchas otras purificaciones de Dios en diferentes épocas y lugares. De no enmendarse, mi apreciación personal es que nuestra civilización, presa de ideologías perversas que atentan contra las familias y la infancia y absolutamente alejada del Creador también recibirá un castigo severo y global, pero no por ello debemos especular con el cumplimiento de las profecías del Apocalipsis, pues cuando los pasajes de la Revelación de san Juan den comienzo y las Siete Copas de la ira de Dios se derramen sobre la Tierra, los signos y acontecimientos serán tan rotundos y claros que todo el mundo –y no unos pocos– tomará conciencia de estar viviendo la Gran Tribulación, si bien no solo no debemos descartar sino considerar como lo más probable, que estos versículos del Apocalipsis sean a propósito –con un lenguaje muy gráfico y metafórico– de la aflicción personal individual del cristiano y de toda la humanidad, y que su correcta interpretación pase por entenderse como un mensaje de esperanza, de triunfo del bien sobre el mal, que tiene como núcleo la Segunda Venida de Jesucristo en gloria y majestad.
Por todo ello, lejos de hacer cábalas, hemos de estar siempre preparados para cuando nos llegue la hora, sea a nivel individual o colectivamente, perseverando en nuestra fe y altísima esperanza en la victoria final de Nuestro Salvador y Señor Jesucristo. "Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. Ved cómo el labrador, con la esperanza de los preciosos frutos de la tierra, aguarda con paciencia las lluvias tempranas y las tardías". (Santiago 5:7)
(*) Padre Oliveira: Nombre ficticio de un sacerdote que dice recibir mensajes y visiones del Cielo y prefiere mantenerse en el anonimato.
© Gonzalo Sáenz
Jurista y editor. Laico. Autor de Cuentos Cristianos (Literatura Abierta, 2022). Director del canal Apertum TV.